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Duelo de gordas

Mi vecina es gorda como yo. Tiene más o menos mi misma edad. Y es casi lo único que compartimos.

Vive con su madre , su hermano, un marido-novio intermitente y con su hijo de apenas dos años.

Nos conocemos desde jovencitas, aunque nunca hemos pasado de un saludo a medias, un cabeceo.

Desde que tengo memoria, el apodo para todos ellos, es el de la familia Monster. Sé que es cruel, pero qué le voy a hacer, no soy perfecta, ni mucho menos políticamente correcta. Y el apodo no es achacable a la grandiosidad de las orondeces de todos sus miembros, sino más bien a la calidad de sus modales. A menudo son groseros, hablan a voces de tal forma que en mis tardes de estudio o trabajo consigo escuchar sus conversaciones desde el otro lado de la calle y más cosas que no detallaré más por pudor que por ausencia de veracidad.

El caso es que como otros tantos días, mi vecina gorda-monster y esta gorda-gafotas que escribe, se tropiezan por las calles de barrio, en la tienda de ultramarinos o simplemente nos miramos a través de los cristales. Y siempre ,y continuadamente, tengo la certeza de ser escrutada minuciosamente. Me observa con detenida inquina, comienza por los pies, para terminar en mis rollizos mofletes o mis disparados rizacos.

No voy a hacerme la guapa (porque sería falso), y confesar que me observa cuando paso porque sea una gorda pibón y todos envidian mis lorzas...soy una gorda normal. Y a pesar de ello, este “duelo de gordas” siempre acaba con un vistazo acusatorio , de reprobación, por su parte y yo cabeceando hacía el suelo.

Ignoro cual es el motivo de estas miradas, pero si pienso más de dos segundos sobre ello, acabo siempre masticando el mismo concepto, no sé si equivocado o no, del machismo entre féminas.

El ejercicio de prepotencia y dominación de unas mujeres sobre otras, que no es más, al menos desde mi punto de vista, que la interiorización de los valores del patriarcado.

La subordinación emocional, la subyugación, el sometimiento, el enjuiciamiento arbitrario, son patrones asumidos por las mujeres que censuran a otras por no permanecer en los cánones que supuestamente nos han sido otorgados. En definitiva , la prueba palpable del machismo femenino.

Por alguna razón que todavía no alcanzo a comprender mi presencia provoca un competencia insana, que sin vacilación alguna creo está basada en la apropiación de actitudes y códigos corporales propios de los hombres.

Y si al final logro extrapolar esta situación tan banal a otras muchas en las que nos vemos involucradas a diario, sólo puedo pensar que vivimos atenazadas y sumidas en el profundo letargo de la inacción, en la corriente de lo ordinario. Convirtiéndonos en una masa inconsciente ,sin juicio propio ni autocrítica. El machismo tiene unas raíces más profundas de lo que creemos y cada gesto es la confirmación de sus extensos brazos.

Alguien habrá que piense ahora mismo que he sacado los pies del tiesto, que una mirada no puede ser suficiente para concluir que hemos sido aleccionadas para asumir los valores del machismo.

Y yo sólo puedo decir, que los detalles siempre esconden la raíz de casi todas las cosas.

Los detalles son lo importante. Nos ayudan a reflexionar , a revelar lo que está oculto o disimulado, pero sobre todo, a cuestionar lo establecido.

Y aún con todo, yo seguiré observando a las mujeres gordas, porque son atractivas, cercanas, reconocibles, son como el calor del hogar. Sólo por pura viveza estética.

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