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Valientes y Batallas

Tengo un amigo que siempre me dice que soy muy valiente por cómo me muestro y hablo. Dice que el hecho de que comparta mis ideas o mis lorzas es importante, porque es el marido de una mujer a la que no le gusta su propio cuerpo.

Y hace tiempo que sus palabras me rondan los pensamientos.

Cuando yo digo: “llámenme gorda”. Soy gorda, mi cuerpo es grande y no tengo miedo a mostrarlo, siento que lo hago en un puro ejercicio de egoísmo, de superación y rebeldía. Mi pequeño paso personal, de hormiguita oronda e insurrecta contra lo establecido.

Cuando salgo a la calle con mis colorines, mis turbantes y mis vestidos de rolliza insolente, sólo reafirmo mi ego o mi propio narcisismo gordo.

Cuando escribo ,mis palabras de gorda cabreada con el mundo ,son mis lamentos. Yo me muevo para dejar los espacios intactos, tal como los imagino, tal como me gustaría que fuesen.

¿Podría ser un ejemplo? No lo soy, créanme. Seré testaruda, insensata, constante e indolente ,en ocasiones, ante las miradas o las críticas. Pero batallo día a día contra mis propias rémoras y escollos. No soy la Juana de Arco de las gordas, sólo una mujer más, que intenta ser coherente con sus ideas.

Vivimos en un agujero maloliente, repleto de injusticias, conflictos y pérdidas.

Hoy, mi mundo de pequeñas batallas y palabras se vuelve banal, inconexo, insignificante. Pasamos el tiempo combatiendo nuestras pequeñas miserias. Eso precisamente, pequeñas, intransferibles, individuales, egoístas...¿Qué importan mis traumas, mis lorzas, mi caminar orondo? Tenemos Gaza, y Siria, las preferentes y el paro, los corruptos y los jóvenes debatiéndose entre la pobreza o la emigración....tenemos todo un mundo cubierto por la masa gris de los desalentados.

Y yo sigo aquí, con mis historias de michelines y activismo. Intentando ponerle nombre a lo que nos ocurre, y diciéndolo en alto, como lo hago diariamente ante el espejo. Intentando sacarle la mugre y la vergüenza de encima para convertirlo en algo real , palpable y normal.

Sé que no es valentía, que mis palabras son un pequeñísimo grano de arena lanzado al espacio, que no cambiaré el mundo. Pero al menos, puedo cambiar el mío. Escribir en un ejercicio de reafirmación y a menudo de sublimación.

Decía Barbara Kruger aquello de tu cuerpo es un campo de batalla.

Deberíamos tenerlo más presente (yo lo intento). La batalla está en mí. En mi cuerpo, en mis mollas, en mi forma de caminar, de vestir, en la manera en que hablo o que entro en los sitios. La batalla está en mi casa, en mi cama, está en mi trabajo, en mis relaciones. Está en los escaparates que veo, está en las pantallas, en las palabras que expreso, en las que me callo, en las que escucho.

Y un día simplemente decidí que no volvería a entrar de manera inconsciente y frenética en la inercia de lo establecido sin una posibilidad para crítica o duda. Que ya no digeriría y daría por hecho que los cuerpos deberían asemejarse a las mujeres del papel cuché, de las portadas de mis revistas preferidas, que no deberíamos forzarnos hasta la rotura por una silueta imposible y destructiva física y mentalmente, obviando respetar mi propia tendencia personal, mi herencia genética o simplemente mis apetencias. Que no me esclavizaría con la sonrisa puesta ni contribuiría a presionar a mis colegas a seguir esa exacta y torticera senda sin pudor ni misericordia.

No debería ser revolucionario ni valiente promover la tolerancia ante el privilegio. No debería serlo si viviéramos en un mundo feliz. Donde a mí no se me llamaran gorda con la intención de herirme porque lo que realmente quieren decir es que soy una mujer vaga , despreocupada por mi salud, mi apariencia o mi bienestar.

A menudo lo políticamente correcto nos pone en situaciones estúpidas e hilarantes. Lo eufemístico y retórico de la sociedad de consumo actual nos arrastra a no llamar a las cosas por su nombre, a disfrazar, a camuflar, a vender....

Mi hermano siempre me ha llamado gorda. “Gorda esto, gorda lo otro”. Y empezó a hacerlo en una época en la que no era habitual escuchar esta palabra como apelativo cariñoso...y menos si llamas gorda, a tu hermana la gorda. Cuando llegué a la Universidad y comencé a salir con su pandilla de amigos, algunos lo increpaban, y le reprochaban que me llamara gorda. ¿Por qué dejas que te llame así? Me decían....Era capaz de intuir la vergüenza ajena, una mezcla entre sorpresa y estupor.

Tardé mucho tiempo y esfuerzo en hacerles comprender que no era una ofensa.

Adueñarme del lenguaje fue un gran paso. Hacerme poseedora del término. Ahora que es mío, lo utilizo, me apropio de su valor y lo pongo en circulación. Lo hago visible, despojándolo del tufillo a vergüenza y culpabilidad. Por que ,en el fondo y en la superficie, sólo se trata de la abrumadora conciencia de los prejuicios.

Así que por supuesto que mi cuerpo es un campo de batalla.

Y si hay un destello de valentía en mí es sólo por la voluntad de enfrentar a los encorsetamientos y convencionalismos con la realidad. Que no es otra que la de que no hay una manera errónea de vivir en tu propio cuerpo, que todos y cada uno son válidos y necesarios y que no nos avergonzaremos por ello.

Imagen: Barbara Kruger.1989

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