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Gordas, probadores y cambios de estación

En otra vida seguramente fuí un cachalote o un esquimal.

No me gusta el calor, por lo que los veranos se convierten en un infierno pringoso e incómodo. Soporto a duras penas las altas temperaturas y mi palidez innata me convierte en una gamba a la parrilla con demasiada asiduidad. La chancleta y el sobaco al aire no son mi definición perfecta de buenas maneras y ,como gran esteta y amante del arte, mi sensibilidad se ve mermada casi a diario.

Sin embargo , he de decir que una de las grandes ventajas de estar oronda es que nadar se convierte en un placer inconmensurable. El agua nos vuelve livianas, flexibles y resistentes. Esta inmensa capa de protección permite que mis lorzas naveguen por el mar todo el tiempo del mundo y de paso amortigüen el sufrimiento de sobrevivir a los calores veraniegos.

Es casi la única cosa que me alegra el largo pasaje estival.

Por supuesto, otro de los suplicios que acompañan esta época del año es el paso por los probadores.

Llega el calor, nos quitamos la ropa, y por supuesto, el cambio de vestuario exige visitar todas las tiendas posibles hasta encontrar algo que llevarse al cuerpo , que se adapte a mis carnes, y mis gustos...Algún día me arrancaré a enumerar la cantidad ingente de escollos que debemos superar hasta encontrar la ropa adecuada, y más si vives en una ciudad de provincias.

El hastiante deambular por los comercios de tallas grandes hasta evadir patrones anticuados, precios desorbitantes y modelos trasnochados, además de malhumorar, logran que mi desidia por el verano se acentúen hasta la exasperación.

Hace algunas tardes, una amiga me acompañó en el poco gratificante ejercicio de la caza de la indumentaria vaporosa y energizante necesaria para los calores de estos días.

Como ocurre a menudo, acabé en una de esas tiendas en las que convergen, señoronas modernizadas y gordas resignadas. Rebuscamos lo indecible hasta encontrar unos cuantos vestidos que una mozarrona salada y oronda transformarían en un aderezo retro y no en las batitas para viejunas que eran en realidad.

Entré en el probador después de tirar al suelo el montón de ropa que la dependienta se afanaba por doblar. El mundo no está hecha para culos gordos y pasillos empequeñecidos!!!

Una vez dentro del cubículo, la intensa luz convirtió mi estancia en una especie de incubadora para pollos gigantes y mi termostato, ya de por sí alterado, comenzó a pasarme factura y ponerme casi al punto de ebullición. Por supuesto, mis comentarios sobre lorzas, calores y mollas variadas transformó una apacible tarde de compras en una especie de fiesta del humor con señoras gritonas y risueñas que me miraban con gracejo norteño y sincera sorpresa.

Cada vez que descorría las cortinas, mis vecinas de probador, asomaban las cabezas para echarme una visual, desternillarse con mis comentarios, y alentarme a comprar tal o cual modelo.

Cuando el club de la comedia dió a su fin, me acerqué a la caja a pagar. Y una de las señoras que había compartido la fiesta en el probador, se me acercó y me dijo: "Ay, fía, si toes fueran tan gracioses como tú, acabaríamos gordes pero felices”

Confieso que la bondad de la desconocida aumentó mi ego hasta niveles insospechados y me ha hecho pensar en la necesidad de la risa como ejercicio terapéutico para los males de cualquier tipo.

Me río porque mis lorzas lo merecen. Y que le den al calor, las estrecheces y la ropa con angostura para gordas combativas!!!

Imagen: Tadao Cern , Confort zone

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