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De la belleza y otras vainas

Hoy leía un artículo sobre el amor romántico, las parejas, y esto tan manido y tan “para chicas”, de mujer gorda y chico guapo.

Comprenderéis que por poco se me salta la tapa de los sesos de puro susto ideológico. De absoluta indignación, como concepto en sí mismo.

¿Cómo vamos a cambiar lo que pensamos de nosotras mismas, como gordas, como mujeres, como personas reivindicativas, si ya de mano diferenciamos claramente y dotando el asunto de un cariz negativo, entre la mujer gorda-glotona y el muchacho-tío bueno por estar cachas y lucir musculitos?

Sinceramente, se me caen los palos del sombrajo.

La belleza nunca ha sido un concepto absoluto. A lo largo de la historia las ideas sobre este asunto han variado profusamente, es cierto, pero soy de las que defienden que lo bello nunca es relativo.

Por supuesto, la opinión de cada uno es subjetiva, evoluciona , cambia, y tiene más que ver con nuestra educación , nuestras apetencias. Es un asunto casi de estómago, es atávico, instintivo, y navegamos en ello a golpe de pulsión y tendencias...Pero independientemente de este estado de acción-reacción, hay una belleza objetiva.

Buscamos lo verdadero en la belleza, lo bello es bueno, cálido, conmovedor, y en cada cual está poseer o tener los recursos suficientes o la sensibilidad adecuada para apreciarla. Y como en otros muchos aspectos en nuestras vidas, hay que trabajarla, reflexionar sobre ella, discutir, entrar en contradicciones, incluso contra nuestro fuero interno.

Para la belleza hay también que estudiar, que modularse , informarse, aprender.

Es un error muy común en la contemporaneidad, al menos tal y como yo lo veo, asociar el culto al cuerpo, el mainstream estético, con la consecución y la conquista de lo bello. De tal manera que el circuito por el que nuestro pensamiento se maneja se cierra exclusivamente sobre el estatus que nos otorga la delgadez, la piel blanca y el pelo lacio, por ejemplo.

¿De qué estamos hablando entonces realmente? La discusión general no versa sobre la belleza, versa sobre la clase. No es más ni menos que la representación del clasismo a través de la mal denominada belleza. Seremos más guapas conforme nuestro cuerpo se asemeje más a la mujer blanca, delicada, esbelta y supinamente escuálida que impera en nuestro tiempo. La belleza en este punto se encuentra absolutamente atropellada, tergiversada, enmarañada, trastocada, muerta.

No hablamos de belleza cuando relacionamos gordo a negligente, indolente o perezoso ni cuando alineamos atlético a válido, exitoso o capaz.

La belleza es otra cosa, es el estímulo, la avidez , el embobamiento , la pasión por una forma que se mueve con sutileza, o por un gesto que nos rasca las entrañas, o por un cuerpo que orondo o estilizado nos sorprende y nos cautiva. La belleza siempre supera los cánones. Y sólo hay que tener el conocimiento para leer entre líneas, aún entre lo grotesco.

Y por eso mismo, cuando leo u observo que asimilamos con tanta banalidad o inconsciencia que un cuerpo orondo no puede ser bello, mi sensibilidad regresa al hogar con el peso del abatimiento y el desánimo. Somos, y me incluyo, demasiado mediocres en ocasiones por no ser capaces de reconocer lo sublime independientemente del peso del pensamiento generalista, de la publicidad del sistema.

La pregunta no reside en cuestionar si existen parejas formadas por la gorda y el buenorro y en el torticero y retorcido mecanismo moral que nos impone la sociedad, sino en si somos capaces de escudriñar la belleza incluso en aquellos rincones en los que nos han programado para eliminarla de la ecuación. Porque la belleza también nos habla de excelencia, de tolerancia, de pausa y empoderamiento. De poner en valor todo lo que nos rodea, cuestionarlo, darle un revolcón , sacudirnos las pelusas y saborear que hasta en lo mas oculto hay un recodo para la gracia, el lirismo o lo extraordinario.

No deberíamos minimizar la belleza porque nos habla a menudo de la verdad, lo certero.

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