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El significado de las cosas

¿Qué significa ser gorda?

¿Qué es lo que me convierte en una mujer gorda?

¿Cómo lo cuantificamos?

¿En qué lugar ponemos la medida de ese patrón que nos califica como gordas?

¿Es acaso una cuestión subjetiva?

¿Es una construcción cultural?

¿Es un estado mental o solamente físico?

Hoy recordaba una escena en el probador de una cadena muy conocida de ropa, en la que una muchacha se quejaba amargamente de su gordura porque los pantalones que tanto deseaba no le subían de las rodillas. Cuando la chica apareció tras los cortinones, malhumorada y cabizbaja, comprobé que se trataba de una joven absolutamente normal, ni demasiado alta , ni demasiado baja, ni delgada ni gorda...una chica absolutamente normal.

¿Normal?

¿Normal es lo mismo para todo el mundo? ¿O es solamente que mi visión estética difiere diametralmente con respecto a mis congéneres?

¿Todas aquellas que pudieron observar la escena habrían llegado a la misma conclusión que yo hice? Estoy convencida que la mayoría habrían discrepado profusamente con respecto a mis percepciones.

Evidentemente las mujeres vivimos con la pesada carga de los mensajes subyugantes, con la visión de féminas inalcanzables que se nos muestran como referentes no sólo estéticos, sino como patrones de comportamiento. Así que, al fin y al cabo ¿no parecemos la gran mayoría, por no decir todas, como gordas, defectuosas y repletas de imperfecciones que debemos erradicar, aún a costa de nuestra salud, nuestro buen humor o nuestras apetencias?

¿Qué nos hace gordas, entonces?

¿Nos vuelve gordas nuestras carnes, nuestras rollizas formas o la idea que se nos impone socialmente de nosotras mismas?

Es una dualidad aparentemente irresoluble.

¿Cómo podríamos, entonces, catalogar objetivamente la gordura si somos animales sociales, cuando somos educados en sociedad, con una clara jerarquía de valores y estándares?

La respuesta, desde mi punto de vista, es muy clara. La gordura es otro arquetipo. Una construcción, una representación, un convencionalismo social más.

¿Cómo ,sino, sería sostenible que una mujer objetivamente delgada pueda verse a sí misma superada y avergonzada por sus quilos?

Y no hablo de enfermedades contemporáneas en las que el factor psicológico distorsionan nuestra perspectiva estética, como en la anorexia. Hago referencia solamente a ejemplos habituales, de mujeres sanas, hermosas y absolutamente equilibradas, que se ven gordas cuando se prueban un pantalón o cuando deciden no comerse la tortilla de patata en una cena con amigos porque mañana les supondrá un ejercicio extra de abdominales.

Y me pongo como ejemplo. La primera ocasión en la que tomo conciencia de mi propio cuerpo, en la que mi mente asimila que soy gorda, no se basa en la pura comparación visual con los que me rodean, sino cuando mi profesora de ballet, decide colocarme al fondo de un escenario en la representación anual de la academia, cuando habitualmente siempre formaba parte del elenco de primera fila en la clases.

En la mente de una niña de diez años la robustez o la delgadez no son un asunto discriminatorio, es sólo algo más que añadir al color de unos ojos o al tamaño de unos pies.

Habrá que señalar entonces cual es la verdadera esencia que rodea a la gordura.

Por un lado, encontramos la gorda efectiva, la gorda de profusas y rollizas carnes, identificable, objetivable y real, que al unísono es socialmente discriminada e invisibilizada y por supuesto absolutamente anulada de los circuitos habituales de la belleza, la seducción o lo saludable .

Y por otro lado, aquellos perfiles, en que sin ser objetivamente gordas,viven constantemente atemorizadas por entrar en la gordura real, que no es otra que el terror a la desconexión social.

De tal manera que constante y enloquecidamente toda mujer tocada ,aún livianamente, por los mensajes del patriarcado, la publicidad, los estándares sociales, el sistema de consumo, o la simple tradición, se convierte en una diana fácil y manejable ante la dictadura del sometimiento moral.

Los estrictos cánones estéticos, mal llamados “normalidad”, a los que van asociados todos esos cientos de valores sociales, pervierten a su vez nuestra propia conciencia corporal. Es , si queremos verlo, otra burda forma de opresión.

Vivimos, admitamoslo, en una sociedad retorcida e infecciosa....Por eso mismo, y vuelvo a mi pregunta inicial: ¿Qué significa ser gorda? Es una cuestión tan relevante.

La toma de ciencia de qué es lo que somos, cómo lo defendemos y cómo lo visibilizamos en esta sociedad nos confiere un estatus per se de empoderamiento y de disconformidad social absolutamente necesaria, siempre, claro está, que verdaderamente sintamos la necesidad de cambiar lo que nos rodea y convertirlo en un lugar mejor, más tolerante y menos inquisitorial.

Tener más o menos quilos sobre nuestros huesos no debería ser nada más que una característica descriptiva, pero la realidad nos golpea en la cara para despejar cualquier duda: Mis lorzas no me hacen gorda, me convierten en lumpen.

Pero como está en mis manos y en las tuyas y el las de todos, yo me reivindico, y salgo a la luz, y me desnudo, y me amo, y me llamo gorda sin acritud ni recelos, y me empodero, y me lanzo, y me tiento a no dejarlo pasar , a no vivir en las tinieblas, a no someterme, a ser feliz......y GORDA.

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